Álvaro Calfucoy Gutiérrez
Aywiñtuwün
1
Te digo:
el exilio se abate sobre mí
sobre nosotros, pues no me nombro
en mapudungun y
una parte de mí ya no está
en el espejo castellano.
—Marina Arrate, “Carta a don Alonso de Ercilla y Zúñiga”
De un estruendo enorme
en medio de la Primavera en flor
estallido funesto y palabra
truncada en la imagen que se pierde
cristal que, roto, nombra
como tara, de año en año, de hijo en hijo
con una voz ya imperceptible entre el sonido.
Pedazos de un cristal que dice
que se abre ante mi rostro, fragmento
que recojo en el cemento interminable
entre sueltas palabras que no escucho
cayendo entre mis manos partidas
entre falanges rotas
dedos
sangrando
reconstruyendo la mirada opaca
bajo el cielo de cenizas que me cubren
que me ocultan
cada trozo, cada espacio, de la piel, del tacto
de la faz, de olfato, de gusto
de mis ojos
de mi lengua
que las sombras de la noche, de edificios, velan
para callarlos
en lo inmenso del bullicio y la penumbra.
Escucho
Escucho
Un nombre, mi nombre acaso, nombre
que me arrulla de Otoño en los otoños
promesa del abrigo en el invierno
de la palabra en torno al fuego
de sumergirse entre riveras
de bosque en que canto
y canto y canto,
y escucho
¿Iney pingeymi am?
Y me repito
me repito
me repito
¿Iney pingeymi am?
1: Mirarse en su sombra, reflejarse.
2: ¿Cómo te llamas?
2