Damián Andreñuk
Los pétalos de la armonía
No se espanta por mis carcajadas de castillos derrumbados.
Ni por mi fiebre destrozando duramente los pétalos de la armonía.
Ni por mi amor infinito al borde neblinoso del delirio.
Ni por las tristes galerías de mi orfandad inmemorial.
Siempre desprende olor a hierba con rastros de lluvia.
Y esa magia milagrosa de pasos ebrios a la madrugada.
Y ese vértigo bellísimo de todo libre naufragio.
Hay en su abrazo más potente
una ternura indecible.
Una niñez eterna.
Catedrales que se incendian.
Una fuga extraordinaria
hacia verdes arrecifes.
No promueve esas extensas elegías donde corren los lobos.
No la entusiasman ni la llenan los dolores ajenos.
No emana odio ni veneno ni soberbia
como exaltadas cucarachas
que revolotean sin un rumbo.