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Pamela Tighe Ross

El fin de las cosas

A Jorge Teillier

Guardo silencio
en las conversaciones
que tiran sus lazos para arrear las cosas.
Mejor que cabalguen sueltas,
porque nadie cantó de verdad
“have you ever seen the rain”
sin el ritmo de un caballo al galope
ni sabe que el viento fue la crin del caballo
y nuestra única ocupación
esquivar las ramas
que se cruzaban en el camino.

El golpe del maqui en la cara
o una zarza incrustada en la pierna
no causaban más dolor
que la velocidad con la que dejábamos atrás el verano
y la sangre de las últimas ciruelas
esparcidas en la quinta.
No había mayor triunfo
que el vértigo de perder los estribos
y apurarse a encajar el pie nuevamente.

Ahora tiemblo al cruzar la calle
y me mareo en las conversaciones

dentro del límite de una mesa
donde todos ponemos los codos
donde lo único que se mueve
son los ojos que buscan en otros
la inclinación de asentimiento.

Pero el caballo asiente no por la razón
sino por librarse de las riendas
cuando el miedo del jinete las acorta.

Por eso guardo silencio
porque no puedo estar sentada
con los codos en la mesa
sin querer salir galopando hacia un lugar
que ya no existe.

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