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Pamela Tighe Ross

Zarzas

Sabemos perfectamente cómo movernos entre las zarzamoras. A las más bajas una pisada firme, a las que cruzan tu cuerpo las agarras con cuidado y enredas en una planta próxima. Si es otra zarza, mejor, así quedan atadas, hincándose los dientes una contra otra. Con las ramas altas te agachas y pasas cuidadosamente por debajo, si te agarran el pelo son capaces de sacártelo. Ni el saber ni los años de práctica importan: un quejido de ramas, el canto del chucao, una palabra del camino, distrae y se clavan las espinas. Piernas, manos, cabezas mordidas. Botones de sangre en las yemas, líneas rojas en las piernas; costuras apuradas, pelo tironeado revuelto, ropa rasgada.


Nunca nadie sale ileso de las zarzas.

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